"Solo nosotros debemos luchar por comprender como la cultura controla lo que sucede dentro de nuestras cabezas".
Marvin Harris (Introducción a la Antropología General.)


“Según parece, nadie más eficaz que otra persona tanto para insuflar vida a un mundo propio como para marchitar con una mirada o un gesto, una observación... la realidad que nos rodea”

Erving Goffman


“Nacimos en un mundo en el que nos aguarda la alineación. Somos hombres en potencia, pero nos hallamos en estado de alineación y este estado no es simplemente natural. Para que la alineación sea nuestro destino actual, se requiere una violencia atroz, perpetrada por seres humanos contra seres humanos”

Ronald Laing


La experiencia psicoterapéutica comienza en un despacho donde aparentemente hay sólo dos personas pero en realidad está muy poblado, los acompañan todos los personajes significativos de la historia del paciente. La experiencia psicoterapéutica llega a su fin cuando en el despacho hay sólo dos personas.

Alejandro Rodríguez Vilardebó

jueves, 23 de mayo de 2019

El uso impreciso de las palabras


El uso impreciso de las palabras. A poco de iniciada la lectura del artículo de Ramón Cotarelo me veo impelido a cuestionar la elección de términos. Al describir el escenario dice: "La mesa del Parlamento, con su flamante nueva presidenta socialista"... Desde hace ya un tiempo, veo, leo y escucho como se aceptan lo que son mucho más que imprecisiones. Cuando se nombra una cosa, un rasgo o un atributo con una palabra que no sólo es inapropiada, sino que conduce a sostener un falsedad, no puedo quedarme en silencio. Cuando una lengua se establece, se determina un dominio... ¿Se acuerdan de aquel concepto medieval: "Dominio"?... Se refería a la Propiedad de la tierra. ¿Y cuál es el "Dominio" de la lengua, de un idioma?. Pues dado que las palabras son los "ladrillos" con que se van construyendo las ideas, pues tendremos que "el Dominio" de la lengua es "el pensamiento"; de donde el uso impreciso de palabras (en un escrito) conduce sin rodeos a pensamientos erróneos. La nueva presidenta del parlamento no es "Socialista", es del Partido Socialista... que por cierto, cada vez que se lo nombre debería señalarse que tampoco es Socialista (y no lo es desde al menos 1979). No hacerlo, también conduce a pensamientos erróneos. Evidentemente este tema da para mucho más y en ello estoy. Valga por ahora este cuestionamiento al uso y elección errónea de palabras (del cual obviamente no estoy libre). A.R.V.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Identidad – Pluralidad – Diversidad

Cuando el fenómeno migratorio alcanzó una dimensión tal que no podía ser pasado por alto durante más tiempo y cuando los emigrantes comenzaron a llenar las agendas de los Centros de Salud Mental en muchas comunidades de España, hubo quién reunió los síntomas en común y se comenzó a hablar del “Síndrome de Ulises” debemos suponer que se le puso ese nombre porque Ulises es tomado como el arquetipo del viajero, aunque su mítico viaje tenía poco “en común” con las condiciones de los actuales emigrantes que llegan a Europa en quienes se aplica esa denominación clínica.

Ulises regresaba a su casa, el reino de Ítaca y lo hacía luego de vencer y saquear la ciudad de Troya . Los emigrantes actuales buscan un lugar en el mundo donde poder ganarse el pan o llegan escapando de la guerra o la miseria. Aún así al complejo cuadro clínico con que se encuentran los psiquiatras se le quería poner un nombre y tal parece que está quedando ese.

La pérdida de referentes de la vida cotidiana, los lugares comunes y familiares, pequeños datos con los que el emigrante se identificaba y que le devolvían un sentido de pertenencia no están más en su entorno. El emigrante se encuentra en una tierra extraña, donde se habla un idioma extraño, donde su familia está fragmentada, donde sus amigos de toda la vida no se encuentran, donde no se lo conoce y mucho menos se lo reconoce, el duelo es múltiple y complicado, son muchas “las pequeñas cosas” que no están y no hay cajón ni desván donde buscarlas.

Circunstancias muy similares son las que deben de haber vivido los españoles que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y en muchas oleadas más emigraron hacia distintos lugares también impelidos por necesidades. Pero en aquellos tiempos no era lo habitual consultar a un psiquiatra o a un psicólogo porque se sintiera nostalgia, morriña o porque se lloraba sin motivo aparente, cada uno se las apañaba como podía y los efectos de la migración se terminaban resolviendo en una generación, en dos o en tres. Hubo quienes murieron ancianos tarareando en sus mentes “Lejana tierra mía” o “El inmigrante” y también hubo quienes no sin esfuerzos se adaptaron, cruzaron su cultura y sus costumbres con las del lugar y se enriquecieron culturalmente aprendiendo -en tierra extraña- de otros emigrantes que hablaban otras lenguas y tenían otras costumbres. Pero ni Ulises ni los africanos o americanos que hoy llegan a Europa ni los españoles que emigraron en los siglos XIX y XX vivieron las circunstancias que debieron vivir los árabes de Al-Ándalus o los judíos sefaradíes que vivían en la España del siglo XV. Ellos fueron expulsados de sus casas, de sus lugares comunes y familiares, de los jardines que habían construido y cuidado durante cientos de años, de sus trabajos y sus labores y seguramente también sus familias se vieron fragmentadas. Cuentan que se llevaron las llaves de sus casas como si con ese gesto preservaran la privacidad de los espacios donde habían vivido sus vidas íntimas. También se llevaron 700 años de historia y una familia de aquellas expulsadas de España la conservó hasta hoy día en Tombuctú.

Para quien no ha emigrado hacerse una idea de lo que se va dejando en el camino no es fácil, ni aún leyendo y sabiendo que el destierro ha sido vivido desde la antigüedad como algo tan doloroso que Sócrates teniendo la alternativa de elegir entre el ostracismo y beber cicuta optó por la segunda. En aquellos tiempos, perder los referentes de la vida cotidiana, perder el paisaje conocido de cada día era considerado el peor sufrimiento, tanto como para preferir la muerte a vivir esas circunstancias.

¿Qué podemos entender hoy de lo que significó aquella expulsión que marcó el fin de una época y el principio de otra?, ¿cuánto podemos conjeturar sobre los efectos que tuvo tanto para los expulsados como para los expulsantes?.

Podríamos en solitario o en equipo hacer un análisis clínico de los padecimientos psíquicos y de las consecuencias que una medida tan tremenda tuvo para los expulsados y para los otros, los que vivían con ellos y se quedaron, pero sería tan pobre comparado con las vivencias, con los sentimientos, con la experiencia en sí,... que prefiero no hacerlo.

Podemos reflexionar acerca de “la condición humana”. Hablar, escribir o dialogar acerca de la curiosa paradoja de nuestra existencia en la que el individuo y su identidad no existen sin el grupo, en que la singularidad de una persona existe gracias (conditio sine qua non) a la pluralidad o sea la presencia de otros; o hacer referencias a la diversidad que se manifiesta en cada nacimiento (nadie es igual a cualquier otro que haya vivido que viva o vivirá) y que comparte su potencialidad de cambio con aquellos que se integran a un grupo que cuando él llega ya tiene pre-existencia. O describir ese curioso efecto boomerang de la interacción humana que sucede cuando le producimos un daño a otro y nuestra identidad se ve afectada (como retorno) por ese fragmento de nosotros mismos que el otro rectifica ipso facto sin siquiera darse cuenta y muchas veces sin percibirlo uno mismo (la identidad es ratificada o rectificada cada día por los otros). Cuando se expulsó a los árabes y a los judíos en el siglo XV por ser diferentes, no solo se produjo un daño en ellos; la identidad, la pluralidad y la diversidad española se vio seriamente dañada.


Podemos hacer propuestas como la de imaginar situaciones donde uno deje de ser reconocido en los lugares cotidianos y por las personas conocidas generando una crisis de identidad al no recibir de los demás esa confirmación imperceptible que nos dice quienes somos (porque en el fondo “somos para y por los otros”); o descubrir lo que sentiríamos si uno sale a la calle y deambulando durante horas no encuentra ningún ser humano allí donde debería estar toda la gente del pueblo, de la ciudad, de lo que nos es familiar.

Podemos imaginar ya no las personas, sino las calles de Granada, o de cualquier ciudad de aquellos tiempos, mestiza, cosmopolita, palimpsesta, añorando las músicas árabes o judías que hasta el día anterior rebotaban en sus paredes haciéndose oír desde lejos. Podemos imaginar a una madre castellana o descendiente de visigodos o de fenicios y romanos, o también mestiza buscando al médico judío o al árabe que practicaba otra medicina para que cure a su niño enfermo. Podemos imaginar a un tertuliante solitario cerca de un hogar encendido rodeado de bancos vacíos recordando largas discusiones entre contertulios que por tener distintas creencias veían y sentían el universo y su estar en esta tierra de maneras diferentes y en su soledad llorar por las personas y las palabras ausentes.
Podemos imaginar a los vecinos cristianos en los días de la expulsión callando desgarrados al ver partir a sus amigos o por lo contrario quedarse quietos y en silencio como una reacción de protección identificándose con la sinrazón que les partía su propia historia en dos y expulsaba allende los mares a una de ellas.

Hoy a comienzos del siglo XXI una palabra similar a “expulsión” (y con un efecto de movilización de gente similar al del siglo XV) es eje de la condición humana en casi todo el mundo. Me refiero a la “exclusión” que afecta a millones de personas en todo el mundo que al no ser incluidos en “el mercado laboral ” son excluidos de la sociedad. Algunos de los excluidos emigran.
Me pregunto (curiosidades de las lenguas) si en otros idiomas la metonimia entre expulsión y exclusión será como en el nuestro.

22 de noviembre 2003
Alejandro Rodríguez Vilardebó

Ni nómadas ni sedentarios, emigrantes

Si nos atrevemos a mirar, nada de lo que sucede en este mundo (ya sea que le suceda a uno o a otros), nada resulta estar demasiado lejos.

I Dando algunos pasos para acercarnos al fenómeno migratorio.

(Ni nómadas ni sedentarios, emigrantes)

Quizás fuera por observar las periódicas idas y venidas con las ausencias y presencias de las aves migratorias; quizás por conocer las búsquedas de pastizales de las manadas salvajes… los humanos desde los tiempos más ancestrales y más allá de donde la memoria puede alcanzar, han tenido oportunidad de aprender y han sabido que era posible buscar mejores condiciones para vivir. Según parece, de un pequeño grupo originario de África del este, migración tras migración y generación tras generación, se ha ido poblando el planeta a lo largo de 50.000 años hasta habitar la casi totalidad de las tierras fértiles.

Cuando un grupo humano se asienta en un lugar que puede proveer lo necesario y permanece allí varias generaciones. Para los que van naciendo, ya desde la segunda generación, la migración ha dejado de ser un recuerdo para convertirse en un relato que con suerte se convierte en un mito de su grupo. Si el lugar donde la tribu se establecido sigue siendo lo suficientemente proveedor, quizás en no muchas generaciones se pase al olvido el origen migratorio de su presencia en aquel sitio donde se vive, y el hecho, la idea y la palabra que hacen referencia a la emigración es traída al presente ya no como evocación, sino sólo en el caso de que al grupo se agregue un nuevo tipo de integrantes, los in-migrantes. Junto con los nuevos (aquellos que provienen de otra parte) si no se recuerdan los propios antecedentes, llega una idea que puede ser vivida como amenazante, se trata de que hay algo que no sólo a los nuevos les ha pasado, hay algo que a cualquiera y en cualquier lugar le puede suceder… el lugar en que se vive puede dejar de ser suficientemente proveedor, puede dejar de ser hospitalario, puede tornarse hostil, y eso que ni siquiera quiere ser pensado viene implícito, adherido al inmigrante y posiblemente sea lo primero que en ellos se rechaza, nos están recordando que lo que a ellos les está pasando le puede suceder a cualquiera, yo, tú, todos podemos ser él. Se trata de algo en lo que no se desea reparar, con el inmigrante llega el temido fantasma de que el contexto que hasta hoy sólo es pensado como contenedor, de pronto se puede tornar expulsivo. Aquello que nuestros ancestros ya vivieron, y que no se ha sabido mantener vivo como un recurso tranquilizador, reaparece como una amenaza inquietante traído por los que arriban. Ellos... que llegan buscando un futuro mejor, como un espejo mágico diversifican el futuro, lo multiplican, nos hacen ver que en el futuro todo cabe, que no es único sino múltiple y en su pluralidad incluye también un futuro peor, nos muestran lo que no queremos ver.

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Hagamos una pequeña digresión que quizás nos aporte alguna información. En el sur del Amazonas, los Tupí Guaraníes viven en pequeños grupos y periódicamente trasladan sus asentamientos sin tener que llegar a sufrir carencias, sin llegar a tener que vivir tiempos de escasez, simplemente es parte de sus costumbres. De tanto en tanto, ayudados por su mitología y sus creencias, levantan el campamento, destruyen sus chozas y se marchan para instalarse en otro sitio. Ellos creen en la existencia de un lugar similar al paraíso de los cristianos… pero alcanzable este mundo y con suerte también en esta vida. Ese lugar buscado es un sitio donde no sólo no hay carencias, sino donde tampoco hay pecados ni culpas; creen también que cada vez que dejan un lugar -donde han vivido- dejan atrás algo parecido a un pecado y una culpa, con lo cual, cada migración los acerca más al paraíso donde llegarán cuando hayan logrado dejar atrás a la última prohibición y la última culpa. Para ellos, cada migración los acerca imaginariamente a condiciones de mayor plenitud y bienestar. Aunque en los hechos nada de esto sea tan idílico, lo importante de esas creencias y de la cultura Tupí Guaraní es que la migración, lejos de ser algo traumático, es incluso motivo de alegría.

En nuestra cultura occidental y judeocristiana, los mitos no nos ayudan respecto a la eventualidad de emigrar, muy por el contrario de lo que veíamos en la cultura Tupí Guaraní, nuestros mitos convierten la migración en algo traumático, donde ir en busca de nuevas y mejores tierras es un castigo y no una alegría; el paraíso no está al final del camino y como un logro posible, sino al principio (de donde hemos sido expulsados) y como algo perdido; el bienestar no es algo a lograr sino algo que se tuvo… así planteado, todo aquello que podría ser experimentado como alivio, como un recurso a ser utilizado eventualmente, se convierte en un agobio y es motivo de pena y un malestar. Ni tan siquiera pensando o entendiendo a nuestros mitos como una metáfora de la gestación y el nacimiento nos libramos de tanta carga negativa que atenta incluso contra la realidad de nuestra propia historia social y biológica. Cuando el embarazo llega a término, continuar en aquel “paraíso de placidez” no sólo no es posible, sino que en el caso de que se forzara su continuidad, a lo único que nos acercaría es a la muerte (posiblemente de ambos.. del gestado tanto como de la gestante). La expulsión de “aquel paraíso” (el útero materno), si bien es cierto que nos arroja a un contexto más difícil y más duro, también es cierto que lo hace llevándonos a un lugar donde la vida es viable y donde el crecimiento y desarrollo cuentan para sí con mucho más opciones entre las que se incluye para siempre (al menos teóricamente) la de buscar -como las aves y las manadas salvajes- un lugar más propicio cuando el lugar de asentamiento se torna adverso. Quizás no esté de más decir aquí que el recién nacido humano expulsado -porque ha llegado el momento de esa primera migración y sería insostenible quedarse- sólo puede sobrevivir protegido y cuidado por otros y sólo se convierte en humano (con toda la amplitud que eso significa) si “los otros” que lo rodean con sus cuidados son también humanos.

Pero como venimos planteando, la cultura nos in-forma, nos moldea y en el tema que nos ocupa, lo hace convirtiendo en traumático lo que debería seguir siendo un recurso, una distensión, un alivio. Basta imaginar condiciones de carencias, de presiones, de amenazas -ya sean climáticas, alimentarias o sociales que afecten cualquiera de nuestras necesidades primarias- como se comprenderá fácilmente, contar con una “vía de escape” ante tales condiciones indudablemente es un alivio y por el contrario, carecer de ella es motivo más que suficiente como para caer en el desasosiego, la desesperanza y el pesar. Que lejos estamos de nuestros ancestros y de los Tupí Guaraníes.

A poco de comenzar a pensar en el fenómeno migratorio y de considerar la forma en que nuestra especie se ha ido extendiendo sobre la faz de la tierra, es fácil comprender que no se trata de “algo nuevo” o “negativo” y quizás vaya siendo tiempo de comenzar a devolverle a la migración su lugar en nuestra historia como especie. Si hay algo nuevo en relación al fenómeno de emigrar, no es el hecho en sí lo novedoso, sino su restricción hecha cada vez más compleja. En el transcurso del siglo XX es cuando más que nunca comienza a organizarse de manera sistemática y generalizada la instrumentación de obstáculos para dificultar el ancestral recurso de la migración. Al desarrollo y sostenimiento del modelo socioeconómico establecido, no le viene bien que aquellos que aportan su mano de obra y su fuerza de trabajo para sostener las cosas como están cuenten con la opción de marcharse cuando las condiciones les son adversas, hasta mediados del siglo XX no eran demasiados los obstáculos para emigrar (las oleadas migratorias durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX que poblaron muchos países merecen un poco de atención en ese sentido) es durante la segunda mitad del pasado siglo cuando se sistematizan dificultades y la opción de mandarse mudar a otro sitio se comienza a ver seriamente obstaculizada, quizás como nunca lo estuvo en la historia. Lo mismo que para un ejercito no es conveniente ni admisible que los soldados decidan por su cuenta si se quedan en el frente de batalla o vuelven a casa, tampoco para el funcionamiento social y productivo es conveniente que las poblaciones de trabajadores decidan por su cuenta si se quedan o no lo hacen en condiciones adversas.

Sólo por poner un ejemplo, podemos decir que los magrebíes y subsaharianos que buscando condiciones de vida mejores y mueren en pateras o en cayucos día tras día y semana tras semana no mueren porque los mate el clima o la geografía ni por la inexistencia de mejores medios para viajar; mueren porque ante la búsqueda de un contexto mejor, lo que los hace andar por el filo de la navaja haciendo equilibrio entre la vida y la muerte y cayendo una vez a un lado y otra vez al otro, son las restricciones migratorias, las prohibiciones legisladas que más allá -y muy lejos- de proporcionarnos un mejor marco para convivir, se afanan por limitar y controlar los movimientos poblacionales, restringiendo un derecho y un recurso ancestral.

Pretender tener una mirada que abarque largos períodos históricos intentando diferenciar los movimientos poblacionales grandes de los de pequeños grupos y estos a su vez de los individuales, sin que ninguno de esos fenómenos nos resulte demasiado distante o ajeno es un poco la tarea que nos proponemos.

El ejemplo de los Tupí Guaraníes tiene características que le son muy propias y lo hace diferente a los procesos migratorios que van siendo decididos uno por uno y caso por caso en el seno de contextos familiares. Los Tupí emigran grupalmente y con el grupo marchan un sinfín de referentes identitarios grupales e individuales que facilita el traslado, sus costumbres se acercan al nomadismo y lo que en ese caso se pierde es el lugar donde se desarrolló la historia previa, pero la historia no se queda, la historia se marcha con el grupo. Cuando en una familia ecuatoriana o marroquí se toma la decisión de emigrar, no es lo habitual que haya un grupo con el que se compartan referentes y que acompañe al emigrante durante el proceso migratorio (aunque luego se vayan encontrando poco a poco algunos referentes comunes en otros emigrantes), el proceso es solitario y las historias vividas quedan con los que se dejan, eso hace que haya un duelo por pérdidas mezclado entre los miedos básicos que se reeditan en la migración (a las pérdidas, a los cambios y a lo desconocido) que será vivido en cada caso de una manera diferente. La ilación histórica compartida se rompe en la migración dejando atrás algo de la vida sedentaria sin que el que se marcha se convierta en un nómada, la emigrante de estos tiempos no es ni una cosa ni la otra, quizás por el rasgo solitario con que se toma la decisión y se inicia el proceso. Así y todo, es frecuente que nos encontremos con importantes “coincidencias” de elecciones entre quienes emigran. Decenas de cientos de grupos familiares van coincidiendo de dos en dos o de diez en diez en el tiempo y el espacio, desde los mismos puntos de partida y en los destinos elegidos de los procesos migratorios, y así viajan, sentados silenciosos y solitarios uno junto a otro al no haber tenido un proyecto compartido desde el inicio de la idea aunque terminen coincidiendo en el viaje y en el destino.

Una vez establecido el hecho histórico de la migración como un recurso ancestral y casi primario que permite poner distancia con un entrono hostil y también reconocido que lo novedoso no es emigrar sino el “desarrollo” de las dificultades para emigrar; quizás ese rasgo de soledad que mencionábamos antes y que se repite una y otra vez en las decisiones migratorias de estos tiempos, sea un buen punto de partida para reflexionar acerca del tema.

Posiblemente sea en soledad que se comienza a sentir esa metamorfosis que transformó el contexto en que se ha nacido, ese lugar donde los padres del emigrante pensaron que allí era un buen lugar donde vivir y allí era bueno tener hijos y que el que decide emigrar siente que se ha tornado demasiado agresivo para seguir viviendo en él.

martes, 8 de julio de 2008

Espejo roto

Dicen que si se te rompe un espejo son siete años de mala suerte, el problema es que cada uno tiene “personas espejo” donde al menos una parte de uno mismo se refleja. Cuando se rompe una de esas “personas espejo”... ¿también son siete años de mala suerte?, ¿o serán siete años de andar perdido, sin una puerta a esa otra dimensión que facilitan los espejos?

Por suerte también existen otras “personas espejo” que uno creía rotos o perdidos para siempre, porque los había dejado de ver en malas circunstancias, y después los había buscado sin encontrarlos, hasta que de pronto... inesperadamente reaparecen y uno repentinamente recupera parte de su propia imagen, o mejor aún, una parte de la historia personal es la que recupera pruebas de su realidad-no ficción. Y es que uno necesita tener su propia historia y de vez en cuando chequear datos, confirmar recuerdos, porque no se puede ir por ahí como un Kaspar Hauser sin pasado verificable, aunque partes del pasado sean cosas que uno quisiera no recordar o que nunca hubieran sucedido. Pero en la historia colectiva -esa extraña conjunción entre la vida personal y las vidas de los otros- suceden cosas que escapan totalmente a la voluntad, a los deseos... incluso a los temores de cada uno, por eso la vida nunca es lo que se había soñado, y nos pasan cosas que uno quisiera no recordar o que nunca hubieran sucedido.

Es curioso la cantidad de pensamientos que genera la intrascendente rotura accidental de un pedazo de vidrio reflectante. Cuando decía eso de la vida colectiva, pensé -en imágenes- que hay instantes muy fugaces de conciencia lúcida en que uno parece recordar algo que presuntamente ya sabía, que no somos más que microscópicas partículas, como fragmentos de plancton flotando y formando parte de un inmenso mar. Pero esos instantes son muy breves y la memoria... ya se sabe, es muy caprichosa y acomodaticia, entonces se sale rápidamente de la conciencia lúcida para entrar en la ilusión individual donde vivimos la mayor parte del tiempo, convirtiendo -sin querer y sin saberlo- a la realidad en algo ajeno, y nos volvemos a olvidar que somos parte de un “organismo” que nos engloba.

jueves, 26 de junio de 2008

Sobre la Salud y los fármacos

El entramado de las (mal) llamadas “Industrias y Empresas de la Salud” tiene una historia que durante el siglo XX parece haber viajado en un tren de alta velocidad que se ha ido dejando en el camino a principios que formaban parte del juramento médico tales como el deber (en el sentido de deuda) de dar a conocer y poner a disposición de los otros todo tipo de conocimientos y avances sobre diagnóstico y tratamiento.

Hablar de “mercados cautivos” en el terrenos de la Salud, requiere no solamente hablar de la propiedad intelectual de los fármacos, sino también del tipo de fármacos que se producen y el tipo de investigaciones que “se permiten”, así como de las investigaciones y descubrimientos que se obstaculizan o escamotean.

La fabricación de fármacos que esclavizan (produciendo más pacientes drogodependientes que enfermedades con cura) es parecida a la historia (sea cierta o no) de la producción de combustibles a partir del carbón que según se cuenta se dejó de lado porque era “mejor negocio” y más lucrativo seguir con el comercio del petróleo.

La sola existencia de “propiedad intelectual” sobre las fórmulas de fármacos produce vergüenza ajena al mismo tiempo que produce indignación.

Los gobiernos y las grandes Instituciones no son ajenas a todo lo que sucede en el área de la Salud y los ciudadanos de a pie con conciencia de lo que pasa o sin ella, parece que nos encontramos en una especie de laberinto kafkiano. Mientras los gobiernos se especializan en montar decorados teatrales y escenografías para sustituir deberes irrenunciables para un “como si”; mientras grandes instituciones hacen su actuación en vivo como si se tratara de acciones con fidelidad a los principios declarados y no una simulación, ¿quién puede hoy día esperar soluciones serias por parte de las Naciones Unidas donde sólo cinco países tienen derecho de veto y toda la Institución parece ser más un Ministerio de unos pocos en detrimento de la mayoría? ¿quién puede esperar soluciones populares de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) cuando no es nada más y nada menos que un organismo de la ONU?.

Hasta que no tomemos conciencia de que estamos viviendo en un mundo que se parece demasiado a un capítulo de la famosa novela de G. Orwell “1984”, seguiremos dando vueltas por un laberinto sin salida mientras veremos morir a nuestros familiares y amigos de enfermedades curables; pasar hambrunas a poblaciones enteras mientras en otros países se tiran alimentos a los vertederos y veremos también seguir enriqueciéndose a quienes no les alcanzarán cien vidas para gastar sus fortunas.

La decisión del gobierno de Indira Ghandi en los setenta parece mostrar un camino posible de salida del laberinto. Pero no podemos olvidar que en la misma década, el gobiernos de Salvador Allende sufrió un Golpe de Estado por nacionalizar la producción de fármacos y el cobre.

El mundo en que vivimos se ha ido complejizando al mismo tiempo en que en otros sentidos se ha simplificado la apropiación de las claves de su control.

No creo tener respuestas a todas las preguntas que estas cuestiones plantean, ni creo que sirvan las respuestas de ningún iluminado. Aunque si tengo claro un par de cosas: (1º) que ningún problema encuentra soluciones ocultándolo y el primer paso que hay que dar en todos estos casos es tomar conciencia; y (2º) que el pensamiento y las ideas, -al igual que los idomas- son producciones colectivas, aunque surja su producto final por la palabra de una persona.

sábado, 7 de junio de 2008

Otoño inmaduro


A veces

cuando son sus primeros días,

el otoño enmudece por horas,

parece temblar de miedo,

y se desliza callado,

silencioso

aún no ha tenido el tiempo suficiente

para juntar el valor necesario

y hacer rechinar las ramas

y crujir las hojas

y todo enmudece.


En un pesado silencio

caen los ocres desgajados,

vuelan los pájaros en silencio,

anda la gente callada,

las bocas se mueven sin emitir sonidos

y las soledades cobran un inusitado peso.





A.R.V.





Necesito

Necesito para vivir

pan que me alimente

aire que respirar

agua para mi sed

abrigo en invierno

sombra y frescor en el verano

un bosque o un parque

donde ver caer las hojas en otoño

y la primavera entera

para la esperanza

necesito también para vivir

imaginar

que un futuro mejor

aún es posible

aunque sepa que entonces

yo volveré a estar disconforme

y necesitaré para vivir

pan,

aire,

agua,

un bosque

y la primavera entera

y necesitaré también

un tiempo y un lugar para soñar

cuando me duerma

y otro lugar donde soñar despierto.


A.R.V.